La resistencia a los transgénicos proviene de gente que no ha conocido el hambre

Así lo señaló Venkatraman Ramakrishnan, premio Nobel de Química de 2009, y quien asume la presidencia de la Royal Society, la academia científica más antigua del mundo, por la que pasaron Einstein, Newton y Darwin. Así lo señaló Venkatraman Ramakrishnan, premio Nobel de Química de 2009, y quien asume la presidencia de la Royal Society, la academia científica más antigua del mundo, por la que pasaron Einstein, Newton y Darwin.
 
Venkatraman Ramakrishnan, Venki para los amigos, recuerda perfectamente la mañana del 7 de octubre de 2009. Iba en bicicleta a su trabajo cuando una de sus ruedas pinchó, así que llegó tarde. Le tocó caminar un buen rato hasta su despacho en el Laboratorio de Biología Molecular de Cambridge (Reino Unido). Una vez allí, al poco de llegar, recibió una llamada de un tipo con acento sueco que le anunciaba que había ganado el premio Nobel de Química. Ramakrishnan, todavía confuso por el pinchazo, pensó que era una broma de uno de sus colegas. “Qué bien te sale el acento sueco”, le espetó al hombre al otro lado de la línea telefónica, que efectivamente era miembro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia. Aunque no se lo creyera, Ramakrishnan acababa de ganar el Nobel por investigar la estructura del ribosoma, la máquina microscópica que en cada una de nuestras células transforma nuestro código genético en proteínas.

Ramakrishnan nació en 1952 en Chidambaram, un pueblo indio conocido por su templo dedicado al dios hindú Shiva danzando para destruir el universo. A los 19 años, consiguió una beca para estudiar Física en la Universidad de Ohio (EE UU). Y dejó India para nunca volver. Cuando se doctoró en Física, se lanzó a estudiar Biología en la Universidad de California. Y en 2000 alcanzó la cima de su carrera. En un laboratorio de EE UU, cuando vio clara la estructura del ribosoma, se puso a bailar más frenéticamente que el dios Shiva. “Vamos a ser famosos”, les dijo a sus colegas.

El físico de origen indio, que en realidad es un biólogo con nacionalidades británica y estadounidense, acaba de ser nombrado presidente de la Royal Society, la academia científica más antigua del mundo, fundada en Londres en 1660. Desde su nuevo puesto, en la entidad que acogió a Isaac Newton, Charles Darwin y Albert Einstein, Ramakrishnan quiere “concienciar a los ciudadanos y a los gobiernos de que es necesario apoyar a la ciencia”. También se propone “estimular mejores maneras de enseñar la ciencia en las escuelas”.

Pregunta. Parece que hay una brecha entre los científicos y los ciudadanos en asuntos como los alimentos transgénicos y la energía nuclear. ¿Cómo piensa convencer al gran público de que los transgénicos no son monstruos y las centrales no son Chernóbil?

Respuesta. Los científicos se tienen que involucrar más con los ciudadanos. El problema con los alimentos modificados genéticamente es que la ciudadanía no es consciente de que durante siglos hemos estado haciendo modificación genética, aunque de manera muy aleatoria: cruzando diferentes cepas o, desde hace muchos años, con mutagénesis [generación de mutaciones] en cultivos y la posterior selección de los rasgos más apreciados. En realidad, las tecnologías modernas son mucho más específicas y dirigidas. Te enfocas en un gen y sabes exactamente lo que estás haciendo. Así que de alguna manera podríamos pensar que así hay más control que de la forma tradicional. Creo que cuando la gente no entiende muy bien una tecnología, surge la preocupación.

P. En EE UU usted come alimentos transgénicos.

R. Sí, y no pasa nada, hasta donde yo sé. Soy muy feliz comiendo maíz transgénico. Para alguien como yo, que ha crecido en India, estas resistencias se ven como una cosa de gente que nunca ha conocido el hambre. Le dicen a los países pobres: seguid con hambre. Este tipo de objeciones son un lujo, porque los que las tienen saben que hay mucha comida en Europa y no les importa. Pero en muchas ocasiones los alimentos modificados genéticamente pueden marcar la diferencia: adaptados a la sequía o con más nutrientes en un cultivo, como el arroz dorado, en el que se introducen precursores de la vitamina A y puede ayudar a prevenir la ceguera infantil. Estamos solo empezando a entender todos los beneficios de los alimentos modificados genéticamente. Y, por supuesto, como con cada nueva tecnología, tenemos que estar seguros de que establecemos normas de seguridad adecuadas. Yo no sostengo que se permita hacer todo lo que sea posible hacerse. Tienen que existir reglas generales adecuadas, como con las nuevas medicinas. Con cada nueva tecnología tenemos que poner en la balanza la seguridad y los beneficios.

P. Dice que estas objeciones son propias de sociedades ricas, ¿Cómo el movimiento antivacunas?
R. Sí, como los antivacunas, aunque frente a los alimentos modificados genéticamente hay otra objeción. Mucha gente está en contra del monopolio de las multinacionales. Me parece una objeción perfectamente válida. ¿Por qué una sola empresa controla una serie de cultivos? Pero mi opinión es que la modificación genética es una tecnología, no es un monopolio de una empresa. Los gobiernos pueden invertir en alimentos modificados genéticamente y hacerlos accesibles. No son un monopolio. La modificación genética es una tecnología que se puede utilizar para obtener grandes beneficios, no es el monopolio de una empresa. Depende de nosotros utilizarla como queramos.