Una bacteria podría limpiar el uranio del agua contaminada
Pequeñísimos filamentos que crecen desde la superficie de la bacteria podrían ayudar a remover el uranio de las aguas contaminadas.
Pequeñísimos filamentos que crecen desde la superficie de la bacteria podrían ayudar a remover el uranio de las aguas contaminadas.
Los microorganismos son seres asombrosos. Son capaces de proezas fantásticas, como sobrevivir en los ambientes más hostiles o alimentarse de las sustancias más inconcebibles. Muchas de sus cualidades nos resultan útiles para resolver varias situaciones, desde las más simples hasta las más complejas. Una de los más graves es, sin duda, la presencia de elementos radiactivos como el uranio en el agua contaminada, una auténtica pesadilla ambiental. Sin embargo, una cepa de la bacteria Geobacter sulfurreducens podría ayudarnos con este problema.
El secreto está en que esta bacteria produce electrones como parte de su metabolismo. Estos electrones se unen a otros átomos que están cerca. En el caso del uranio, al unirse con esta partícula, su carga se modifica; esta interacción provoca que el elemento no pueda disolverse en el agua, por lo que se precipita hasta el fondo del recipiente del líquido —desde un contenedor en un laboratorio hasta un lago o un mar—. Así, es posible limpiar el uranio del agua, pues sus átomos dejan de interactuar entre sí.
Sin embargo, la bacteria no suele salir bien librada de la reacción. Para cederle el electrón al átomo de uranio, el microorganismo necesita ingerirlo, lo que termina por envenenarlo. No obstante, bajo ciertas condiciones ambientales, la Geobacter sulfurreducens desarrolla unos filamentos (pili) que transmiten el electrón fuera de su “cuerpo” y lo depositan en el uranio sin necesidad de comérselo. Así, todos se ven beneficiados: el electrón pasa al átomo, por lo que se desprende del agua; mientras que la bacteria evita la contaminación del elemento radiactivo.
Hasta ahora, los científicos no habían conseguido que la bacteria desarrollara estos filamentos dentro del laboratorio. Sin embargo, al descender la temperatura de su ambiente, encontraron que el microorganismo respondía positivamente. Después de medir su efectividad para limpiar el uranio del agua, se han depositado las esperanzas en esta bacteria para contingencias nucleares —como por ejemplo, la reciente crisis ambiental tras el accidente de Fukushima—. No obstante, estos seres unicelulares no son la única alternativa. Su mecanismo de transferencia de electrones podría ser emulado por nanorobots, quienes emularían a la Geobacter sulfurreducens y ayudarían en las tareas de limpieza.
Pequeñísimos filamentos que crecen desde la superficie de la bacteria podrían ayudar a remover el uranio de las aguas contaminadas.
Los microorganismos son seres asombrosos. Son capaces de proezas fantásticas, como sobrevivir en los ambientes más hostiles o alimentarse de las sustancias más inconcebibles. Muchas de sus cualidades nos resultan útiles para resolver varias situaciones, desde las más simples hasta las más complejas. Una de los más graves es, sin duda, la presencia de elementos radiactivos como el uranio en el agua contaminada, una auténtica pesadilla ambiental. Sin embargo, una cepa de la bacteria Geobacter sulfurreducens podría ayudarnos con este problema.
El secreto está en que esta bacteria produce electrones como parte de su metabolismo. Estos electrones se unen a otros átomos que están cerca. En el caso del uranio, al unirse con esta partícula, su carga se modifica; esta interacción provoca que el elemento no pueda disolverse en el agua, por lo que se precipita hasta el fondo del recipiente del líquido —desde un contenedor en un laboratorio hasta un lago o un mar—. Así, es posible limpiar el uranio del agua, pues sus átomos dejan de interactuar entre sí.
Sin embargo, la bacteria no suele salir bien librada de la reacción. Para cederle el electrón al átomo de uranio, el microorganismo necesita ingerirlo, lo que termina por envenenarlo. No obstante, bajo ciertas condiciones ambientales, la Geobacter sulfurreducens desarrolla unos filamentos (pili) que transmiten el electrón fuera de su “cuerpo” y lo depositan en el uranio sin necesidad de comérselo. Así, todos se ven beneficiados: el electrón pasa al átomo, por lo que se desprende del agua; mientras que la bacteria evita la contaminación del elemento radiactivo.
Hasta ahora, los científicos no habían conseguido que la bacteria desarrollara estos filamentos dentro del laboratorio. Sin embargo, al descender la temperatura de su ambiente, encontraron que el microorganismo respondía positivamente. Después de medir su efectividad para limpiar el uranio del agua, se han depositado las esperanzas en esta bacteria para contingencias nucleares —como por ejemplo, la reciente crisis ambiental tras el accidente de Fukushima—. No obstante, estos seres unicelulares no son la única alternativa. Su mecanismo de transferencia de electrones podría ser emulado por nanorobots, quienes emularían a la Geobacter sulfurreducens y ayudarían en las tareas de limpieza.