La importancia de la 'licencia social'
Los riesgos de no comunicar avances tecnológicos: “Para realizar una comunicación efectiva es clave contextualizar el fenómeno que es objeto de preocupación social. Lo que puede parecer una obviedad para un agrónomo, constituye una novedad para un grupo importante de personas.” (Gabriela Levitus, Dra. Ejecutiva de ArgenBio).
Los riesgos de no comunicar avances tecnológicos: “Para realizar una comunicación efectiva es clave contextualizar el fenómeno que es objeto de preocupación social. Lo que puede parecer una obviedad para un agrónomo, constituye una novedad para un grupo importante de personas.” (Gabriela Levitus, Dra. Ejecutiva de ArgenBio).
Toda tecnología humana implica un riesgo. En términos generales, cuando los beneficios de una determinada tecnología son superiores a los riesgos mensurables se la considera beneficiosa; de este modo, se introduce en la cotidianeidad de las familias y de las empresas. Sin embargo, vivimos en un mundo hiperconectado en el cual la medición del riesgo relativo de una tecnología ya no resulta suficiente: ahora también debe considerarse la percepción que las personas tienen de dicho riesgo, lo cual es mucho más inasible, pues se trata de un factor subjetivo y variable.
La búsqueda de una percepción favorable que valide la relación riesgo-beneficio de una tecnología se denomina licencia social. Es decir: no basta con proporcionar datos científicos que prueben los beneficios; también es indispensable que tal evidencia sea aprobada por la mayor parte de una comunidad. En los casos en los cuales la masa crítica de una población es beneficiaria directa de una tecnología (por ejemplo, automóviles), la aceptación de los riesgos (lesiones y muertes por accidentes viales) suele no presentar mayores inconvenientes. Pero cuando una tecnología está fuera del alcance de la realidad presente en los centros urbanos, la cuestión no es tan sencilla. “Durante muchos años hablamos de biotecnología agrícola o de cultivos genéticamente modificados o mejorados. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que manteníamos conversaciones paralelas con personas que hablaban sobre transgénicos, con connotaciones negativas”, explicó Gabriela Levitus, directora ejecutiva del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio), durante una conferencia ofrecida en una jornada sobre edición génica para comunicadores realizada en la sede porteña del INTA.
“No logramos instalar un nombre particular para referirnos al tema, y los detractores nos acusaban de usar eufemismos. Pero las personas que necesitan información al respecto o que tienen alguna preocupación, ¿qué término van a usar en las búsquedas? ¿Biotecnología agrícola o transgénicos? Queremos que nos encuentren, pero ¿cómo llegar al público si no usamos el término transgénico en nuestra comunicación?
Ese es el dilema que nos llevó a replantearnos la cuestión”, indicó Gabriela al referirse a sus 15 años de experiencia en la comunicación de temas relativos a la transgénesis.
“Nuestro propósito es que el público esté informado; eso es lo más importante. Por tal motivo nos adueñamos del término “transgénico” y nos metimos en el debate. De hecho, cambiamos el nombre de nuestras presentaciones: antes se llamaban Biotecnología hoy, y ahora se llaman Cultivos transgénicos, ¿qué nos preocupa?, admitiendo no solo la palabra transgénico, sino la realidad de que existe gente preocupada al respecto”, remarcó la directora de ArgenBio.
Otros de los cambios introducidos fue la adaptación de la terminología científica –la zona de confort de los investigadores– al lenguaje común para involucrar a la mayor parte del público posible, que no suele contar con tiempo, motivación ni recursos para aprender los fundamentos científicos de las cuestiones que constituyen sus preocupaciones.
“Para aceptar la existencia de una preocupación, es necesario –antes que nada– aprender a escuchar, para luego responder de la mejor manera posible; ese es un gran desafío”, comentó Gabriela, quien además destacó que las preocupaciones, por lo general, no suelen estar asociadas a cuestiones específicas (como la transgénesis), sino generales (como el sistema de producción y distribución de alimentos). En ese sentido, una de las claves para realizar una comunicación efectiva es la contextualización del fenómeno que es objeto de preocupación social.
Por ejemplo, en lo que respecta a los cultivos transgénicos, es importante señalar que la mayor parte de los alimentos que emplean los humanos no existen en la naturaleza como tales, pues fueron modificados a través de la selección genética. Esto, que puede parecer una obviedad para los agrónomos, constituye una novedad para un grupo importante de personas. Además, es necesario realizar un esfuerzo –al momento de comunicar– para comprender que existen diferentes públicos con conocimientos, creencias e ideologías distintos, lo que implica que no todos reciben la información de base científica de la misma manera. “Más allá de cuál sea la circunstancia, la preocupación general es cómo influye la actividad humana en el ambiente y en la salud; así, es posible advertir discursos que propician, por ejemplo, el veganismo, el consumo de alimentos orgánicos o libres de gluten.
Entendemos que, si bien se trata de cuestiones complejas, todas deben ser entendidas como oportunidades para comunicar los impactos favorables que pueden generarse por medio de las tecnologías aplicadas a la agricultura”, explicó Gabriela.
En ese sentido, la directora de ArgenBio comentó el caso del jugador de fútbol Lionel Messi, quien durante su adolescencia recibió un tratamiento con hormona de crecimiento humano, elaborada sobre la base de bacterias transgénicas (recombinantes), que le permitieron alcanzar una estatura normal y convertirse en una estrella internacional. Antes del desarrollo de técnicas biotecnológicas, el método “natural” de elaboración de dicha hormona consistía en extraerla de cadáveres, algo que además de ser mucho más costoso, representaba un riesgo sanitario enorme para el paciente. “Tenemos que tener cuidado con los tecnicismos, que tampoco sirven para realizar una comunicación efectiva. Los científicos nos tenemos que adaptar y adoptar algunas licencias en los términos empleados para poder transferir conocimiento”, advirtió Gabriela.
Y recomendó ceñirse a cuestiones concretas y evitar las exageraciones al momento de comunicar los beneficios de una tecnología. Por ejemplo, señalar que la biotecnología agrícola está destinada a “acabar con el hambre en el mundo” puede llegar a ser contraproducente, porque ese es un fenómeno social que depende de variables muy complejas, entre las cuales la biotecnología juega un rol poco trascendente en términos relativos.
“Otra de los aspectos que aprendimos es que, si bien es fácil intentar defender una tecnología atacando otra, no es aconsejable hacerlo, porque a la larga genera más ruido en la comunicación. Podemos decir que gracias a la tecnología Bt se ha logrado reducir la cantidad de aplicaciones de insecticidas; pero si agregamos calificaciones negativas contra estos productos –necesarios para el desarrollo de cultivos–, podemos generar un efecto contraproducente en la comunicación”, indicó.
Y añadió que esa misma lógica se aplica a las comparaciones de niveles de toxicidad de fitosanitarios con productos de limpieza para el hogar.
Finalmente, la directora de ArgenBio señaló que en cuestiones relativas al impacto de las tecnologías, los riesgos de no comunicar son siempre superiores a los de comunicar, dado que el temor generado por el desconocimiento puede contribuir a instalar percepciones desfavorables que vuelvan inviable la licencia social de uso de ciertas innovaciones.
Septiembre – Revista CREA
Toda tecnología humana implica un riesgo. En términos generales, cuando los beneficios de una determinada tecnología son superiores a los riesgos mensurables se la considera beneficiosa; de este modo, se introduce en la cotidianeidad de las familias y de las empresas. Sin embargo, vivimos en un mundo hiperconectado en el cual la medición del riesgo relativo de una tecnología ya no resulta suficiente: ahora también debe considerarse la percepción que las personas tienen de dicho riesgo, lo cual es mucho más inasible, pues se trata de un factor subjetivo y variable.
La búsqueda de una percepción favorable que valide la relación riesgo-beneficio de una tecnología se denomina licencia social. Es decir: no basta con proporcionar datos científicos que prueben los beneficios; también es indispensable que tal evidencia sea aprobada por la mayor parte de una comunidad. En los casos en los cuales la masa crítica de una población es beneficiaria directa de una tecnología (por ejemplo, automóviles), la aceptación de los riesgos (lesiones y muertes por accidentes viales) suele no presentar mayores inconvenientes. Pero cuando una tecnología está fuera del alcance de la realidad presente en los centros urbanos, la cuestión no es tan sencilla. “Durante muchos años hablamos de biotecnología agrícola o de cultivos genéticamente modificados o mejorados. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que manteníamos conversaciones paralelas con personas que hablaban sobre transgénicos, con connotaciones negativas”, explicó Gabriela Levitus, directora ejecutiva del Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (ArgenBio), durante una conferencia ofrecida en una jornada sobre edición génica para comunicadores realizada en la sede porteña del INTA.
“No logramos instalar un nombre particular para referirnos al tema, y los detractores nos acusaban de usar eufemismos. Pero las personas que necesitan información al respecto o que tienen alguna preocupación, ¿qué término van a usar en las búsquedas? ¿Biotecnología agrícola o transgénicos? Queremos que nos encuentren, pero ¿cómo llegar al público si no usamos el término transgénico en nuestra comunicación?
Ese es el dilema que nos llevó a replantearnos la cuestión”, indicó Gabriela al referirse a sus 15 años de experiencia en la comunicación de temas relativos a la transgénesis.
“Nuestro propósito es que el público esté informado; eso es lo más importante. Por tal motivo nos adueñamos del término “transgénico” y nos metimos en el debate. De hecho, cambiamos el nombre de nuestras presentaciones: antes se llamaban Biotecnología hoy, y ahora se llaman Cultivos transgénicos, ¿qué nos preocupa?, admitiendo no solo la palabra transgénico, sino la realidad de que existe gente preocupada al respecto”, remarcó la directora de ArgenBio.
Otros de los cambios introducidos fue la adaptación de la terminología científica –la zona de confort de los investigadores– al lenguaje común para involucrar a la mayor parte del público posible, que no suele contar con tiempo, motivación ni recursos para aprender los fundamentos científicos de las cuestiones que constituyen sus preocupaciones.
“Para aceptar la existencia de una preocupación, es necesario –antes que nada– aprender a escuchar, para luego responder de la mejor manera posible; ese es un gran desafío”, comentó Gabriela, quien además destacó que las preocupaciones, por lo general, no suelen estar asociadas a cuestiones específicas (como la transgénesis), sino generales (como el sistema de producción y distribución de alimentos). En ese sentido, una de las claves para realizar una comunicación efectiva es la contextualización del fenómeno que es objeto de preocupación social.
Por ejemplo, en lo que respecta a los cultivos transgénicos, es importante señalar que la mayor parte de los alimentos que emplean los humanos no existen en la naturaleza como tales, pues fueron modificados a través de la selección genética. Esto, que puede parecer una obviedad para los agrónomos, constituye una novedad para un grupo importante de personas. Además, es necesario realizar un esfuerzo –al momento de comunicar– para comprender que existen diferentes públicos con conocimientos, creencias e ideologías distintos, lo que implica que no todos reciben la información de base científica de la misma manera. “Más allá de cuál sea la circunstancia, la preocupación general es cómo influye la actividad humana en el ambiente y en la salud; así, es posible advertir discursos que propician, por ejemplo, el veganismo, el consumo de alimentos orgánicos o libres de gluten.
Entendemos que, si bien se trata de cuestiones complejas, todas deben ser entendidas como oportunidades para comunicar los impactos favorables que pueden generarse por medio de las tecnologías aplicadas a la agricultura”, explicó Gabriela.
En ese sentido, la directora de ArgenBio comentó el caso del jugador de fútbol Lionel Messi, quien durante su adolescencia recibió un tratamiento con hormona de crecimiento humano, elaborada sobre la base de bacterias transgénicas (recombinantes), que le permitieron alcanzar una estatura normal y convertirse en una estrella internacional. Antes del desarrollo de técnicas biotecnológicas, el método “natural” de elaboración de dicha hormona consistía en extraerla de cadáveres, algo que además de ser mucho más costoso, representaba un riesgo sanitario enorme para el paciente. “Tenemos que tener cuidado con los tecnicismos, que tampoco sirven para realizar una comunicación efectiva. Los científicos nos tenemos que adaptar y adoptar algunas licencias en los términos empleados para poder transferir conocimiento”, advirtió Gabriela.
Y recomendó ceñirse a cuestiones concretas y evitar las exageraciones al momento de comunicar los beneficios de una tecnología. Por ejemplo, señalar que la biotecnología agrícola está destinada a “acabar con el hambre en el mundo” puede llegar a ser contraproducente, porque ese es un fenómeno social que depende de variables muy complejas, entre las cuales la biotecnología juega un rol poco trascendente en términos relativos.
“Otra de los aspectos que aprendimos es que, si bien es fácil intentar defender una tecnología atacando otra, no es aconsejable hacerlo, porque a la larga genera más ruido en la comunicación. Podemos decir que gracias a la tecnología Bt se ha logrado reducir la cantidad de aplicaciones de insecticidas; pero si agregamos calificaciones negativas contra estos productos –necesarios para el desarrollo de cultivos–, podemos generar un efecto contraproducente en la comunicación”, indicó.
Y añadió que esa misma lógica se aplica a las comparaciones de niveles de toxicidad de fitosanitarios con productos de limpieza para el hogar.
Finalmente, la directora de ArgenBio señaló que en cuestiones relativas al impacto de las tecnologías, los riesgos de no comunicar son siempre superiores a los de comunicar, dado que el temor generado por el desconocimiento puede contribuir a instalar percepciones desfavorables que vuelvan inviable la licencia social de uso de ciertas innovaciones.
Septiembre – Revista CREA