Mini investigadores
Desde el 2002 la Dirección de Orientación Vocacional de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA organiza una actividad a través de la cual diversos laboratorios de la Facultad incorporan por un cuatrimestre a uno o dos estudiantes secundarios que se suman a las tareas habituales del grupo.
El viernes 6 de noviembre el Aula Magna del Pabellón II había tomado la forma de un congreso científico, aunque con algunas particularidades. A la presencia habitual de los investigadores en este tipo de citas, se le sumaban docentes, padres y alumnos de colegios secundarios. Además, los expositores eran estudiantes de escuelas medias que explicaban, a partir de posters, los resultados de los proyectos que llevaron a cabo a lo largo de cuatro meses de trabajo en Exactas.
Ocurre que, en realidad, se estaba desarrollando el acto de cierre del programa Experiencias Didácticas que organiza la Dirección de Orientación Vocacional (DOV) de la Facultad. Esta actividad permite que uno o dos estudiantes secundarios que tengan un interés particular por las ciencias se sumen a un laboratorio de Exactas y compartan sus labores cotidianas durante un período prolongado, de manera tal que puedan vivir una auténtica experiencia en el ámbito laboral de la ciencia y facilitar su elección vocacional. En su edición 2009 participaron del programa 26 estudiantes pertenecientes a 17 colegios públicos y privados de Capital y Gran Buenos Aires y 13 grupos de investigación de 6 departamentos de la Facultad. Este encuentro de cierre de la actividad es sólo el punto de llegada de un extenso y riquísimo recorrido que se inició mucho tiempo atrás, en el momento en que un docente o directivo de una escuela se comunicó con la DOV para inscribir a su establecimiento en este programa. Una vez dado este paso deben seleccionar a los alumnos que van a participar.
“En mi caso vino una profesora, nos contó de qué se trataba la actividad y preguntó quién estaba interesado. A mí me llamó mucho la atención la posibilidad de trabajar directamente con un científico. Pero hubo muchos interesados y tuvimos que hacer una votación para ver quién iba”, cuenta Juniors Ruiz, estudiante de 4º año del Colegio “Nicolás Avellaneda”. “En mi división no hubo tanta competencia”, se ríe Ian Ayese, alumno de 5º año de la Escuela Mariano Acosta. Y agrega, “vine porque me gusta mucho la biología y quería tener algún tipo de acercamiento con la carrera”.
Ambos se sumaron al Laboratorio de Fisiología Celular de la Eritropoyetina, del Departamento de Química Biológica, que dirige Alcira Nesse. El interés de los chicos parece lógico, ¿pero cuál es la causa que lleva a un investigador a destinar parte de su escaso tiempo para compartir una extensa actividad con un par de adolescentes? “Yo ya había participado hace tres o cuatro años y sabía que era una carga extra pero me parece que hay que hacerlo porque ayuda mucho a los chicos y a la Facultad”, explica Daniela Vittori, integrante del grupo. Por su parte, Shirley Wenker, otra de las investigadoras señala, “era la primera vez que participaba y lo tomé como un desafío porque tenés que desarrollar una manera de ir llevando a los chicos para que puedan entender de qué se trata lo que están haciendo y eso está muy bueno”.
Las investigadoras decidieron realizar una apuesta arriesgada, en lugar de pedirles a los chicos que repitieran alguna experiencia ya efectuada por ellas y cuyo resultado era, entonces, conocido, definieron que los cuatro iban a trabajar para dilucidar un tema que todavía no tenían resuelto. La idea era que los estudiantes pudieran poner a punto una técnica de fluorescencia que permitiera encontrar marcadores que indicaran si un determinado grupo de células estaban o no diferenciadas. “Para hacer eso, los chicos tenían primero que hacer con nosotras las técnicas no fluorescentes que utilizamos actualmente, como para saber cuándo una célula está diferenciada, y luego poner a punto la fluorescencia”, relata Vittori.
Los alumnos tenían que presentarse en el laboratorio una vez por semana. En cada jornada se quedaban trabajando unas cuatro o cinco horas. Las primeras reuniones sirvieron para que se fueran conociendo entre los cuatro y así establecer una relación cordial, adaptándose a una situación muy poco habitual para todos ellos. “Dio la casualidad que Ian estudiaba en el mismo colegio del que yo egresé. Entonces conocíamos a los mismos docentes. Además tuvimos al mismo profesor de biología que me había ayudado a elegir la carrera. Eso nos ayudó a entrar en confianza”, recuerda Wenker.
Esos primeros encuentros sirvieron también para ir testeando con qué conocimientos llegaban los chicos y comenzar a brindarles la información y las explicaciones necesarias para que pudieran luego pasar a la parte práctica entendiendo qué era lo que hacían. “A mí me costó porque estoy mucho más lejos del secundario que Shirley”, bromea Vittori y sigue, “había que tener en cuenta que venían de colegios distintos, lo que implicaba nociones diferentes y que uno era de cuarto y otro de quinto año. Al principio creo que esperaba demasiado de su nivel académico y después me di cuenta que tenés que explicarles muchas más cosas que las que te imaginabas”.
En este sentido las investigadoras fueron pidiéndoles que buscaran información acerca de cuestiones básicas referidas a las células -qué eran, cómo se desarrollaban-, a los microscopios y también en relación con las técnicas de fluorescencia. Cada uno de esos temas los iban comentando, luego, en cada encuentro. De esta manera las científicas iban evaluando qué habían captado y qué les faltaba. “Yo creo que al principio se les hizo difícil a los docentes explicarnos muchas cosas porque ellos están en un nivel muy avanzado y a nosotros nos costaba mucho entender porque eran cosas que no habíamos visto en el secundario. Nos tenían que tener mucha paciencia”, asegura Juniors.
A pesar de todo, en apenas dos o tres semanas los chicos ya estaban listos para empezar las actividades de laboratorio. Para ambos era la primera vez que iban a desarrollar un trabajo de estas características, por lo que hubo que enseñarles todo tipo de cosas. Desde el manejo de una pipeta hasta las técnicas de uso de un microscopio. “Teníamos muchas ganas de ponernos los guantes y empezar a hacer cosas. Era algo que nunca habíamos hecho así que estábamos ansiosos”, afirma Ian y sigue, “lo del microscopio es genial, podés estar horas mirando. Está muy copado”.
A medida que fue transcurriendo el tiempo los estudiantes fueron adquiriendo nuevos conocimientos y capacidades, lo que, al mismo tiempo, iba aumentado su interés. “La verdad es que cuesta un poco adaptarse porque son cosas que no hiciste nunca. Pero con el correr de los días cada vez hacíamos más cosas e íbamos entendiendo más lo que estábamos haciendo. Y son cosas que te llaman cada vez más la atención. Llega un momento en que te mirás en ese lugar y decís: ¡Guau! Mirá qué loco lo que estoy haciendo”, reflexiona Ian.
Una de las cosas que más les costó aceptar y aprender a los chicos es que en el ámbito científico muchas veces las experiencias no salen bien y que eso es parte habitual del trabajo del investigador. “Cuando alguna tarea no les daba el resultado esperado se ponían locos ¡¿Cómo puede ser?! ¡¿Por qué me dio mal?! Esa fue una manera de que entiendan que uno puede estar trabajando diez años sobre un tema y muchos de los resultados que se obtienen van a ser negativos. Y cada uno de ellos te obliga a buscar nuevos caminos. Eso les costaba un poco porque ellos querían venir acá y obtener todos resultados positivos”, narra Vittori. Y Wenker, divertida, recuerda, “no sabés la alegría y la emoción que tenían cuando veían las imágenes de fluorescencia. ¡Se sacaban fotos con el celular para mostrarlas en el colegio! ¡O decían que se las iban a mostrar a la mamá!”
Finalmente luego de cuatro meses de trabajo arduo, con avances y tropiezos, llegó el momento de exponer, junto a los otros doce grupos, los resultados de las tareas realizadas, frente a sus padres, maestros y compañeros. “Ese día se generó un clima muy lindo. Los chicos estaban re enganchados. Fue muy gratificante ver lo bien que explicaron el poster y lo orgullosos que estaban por lo que habían logrado”, expresa, feliz, Wenker.
Los estudiantes, por su parte, expresaron que se sentían “privilegiados” por haber podido participar de esta actividad y destacaron que les resultó de gran utilidad. “Está buenísimo. Si tenés dudas sobre qué carrera seguir realmente te ayuda a definirte. Por sí o por no. Si no te gusta sirve igual porque te evita seguir toda una carrera. A mí me terminó gustando y me voy a anotar en biología”, sostiene convencido Ian.
En el mismo sentido las docentes remarcaron que el programa resulta sumamente provechoso para los chicos. “Es una actividad que los acerca mucho más que la propia carrera a lo que son las tareas de laboratorio. Porque una cosa es un trabajo práctico de una materia y otra es venir, sentarse en la mesada y trabajar durante horas. Tener esa experiencia en un cuarto o quinto año está buenísimo”, opina Vittori.
Por otro lado, también se mostraron satisfechas con su participación en la actividad a pesar de que reconocen que les insumió más tiempo del que tenían planeado. “No hay que perder de vista que son chicos de secundario. Hay que estarles encima, preguntarles, repasar, corregir. Es cuestión de acercarse a un chico de secundario y cuesta, y lleva su tiempo, realmente, pero finalmente se logra y es gratificante, más que nada, ver que ellos están contentos. Terminar y escuchar a Ian que dice: `ya me anoté en la carrera´, la verdad, te pone muy contenta”, señala Vittori con cierta emoción.
“La verdad es que nos sentimos re cómodos. Las dos nos acompañaron en todo, siempre indicándonos cómo hacer las cosas”, sostiene Juniors con agradecimiento, y finaliza, “seguro que el año que viene van a ofrecer de nuevo este programa en las escuelas y yo les voy a decir a los chicos que lo hagan. Se los voy a recomendar”.