Qué tiene que ver el jet lag con los rindes de cultivos. Un científico argentino cree tener la respuesta
Un estudio internacional, que describe la expansión del tomate desde
América Central a Europa, respalda el hallazgo previo realizado por
biólogos vegetales del Instituto Leloir y del CONICET sobre alteraciones
del ritmo biológico en plantas. El descubrimiento podría ser clave para
aumentar la productividad agrícola.
Un estudio internacional, que describe la expansión del tomate desde América Central a Europa, respalda el hallazgo previo realizado por biólogos vegetales del Instituto Leloir y del CONICET sobre alteraciones del ritmo biológico en plantas. El descubrimiento podría ser clave para aumentar la productividad agrícola.
Del mismo modo que existe el jet lag en humanos después de vuelos que atraviesan varias zonas horarias, el funcionamiento de las plantas también se ve afectado cuando el ciclo de luz y oscuridad del ambiente se desfasa en relación a sus ritmos biológicos. Así lo demostró en 2013 un estudio que lideró un científico argentino, el doctor Marcelo Yanovsky, investigador del CONICET en la Fundación Instituto Leloir (FIL). Ahora, un nuevo trabajo alemán fortalece la hipótesis de que los genes involucrados en esa respuesta de los vegetales a los ciclos de luz y oscuridad podrían ser manipulados de algún modo para aumentar los rendimientos de cultivos. “Nosotros descubrimos la participación de un grupo nuevo de genes que denominamos LNK, los cuales poseen un rol clave en la puesta en hora o reseteado del reloj biológico por la luz. Y propusimos que este conocimiento podría ser útil para adaptar el cultivo de distintas especies a diferentes latitudes y mejorar así su rendimiento”, señala el director del Laboratorio de Genómica Vegetal de la FIL.
Ahora, un trabajo liderado por científicos alemanes del Instituto Max Planck dio un aval a esa sugerencia. Tomando como referencia el hallazgo del grupo de Yanovsky, comprobaron que mutaciones en dos genes específicos (LNK2 y EID1) del reloj biológico de las plantas de tomate de América Central, acostumbradas a crecer en días más cortos durante todo el año, favorecieron su adaptación a las latitudes altas de Europa, donde los veranos se caracterizan por extensas jornadas bajo el sol.
Los datos parecen anticipar que, “a partir de variaciones en los genes del reloj de las plantas que modulen su ajuste frente a los cambios de luz y fotoperíodos que suceden a lo largo del día y de las estaciones en cada región, podría incrementarse el rendimiento de los cultivos”, dice Yanovsky.
El estudio sobre la domesticación europea del tomate sugiere que “la previsión sobre la aplicabilidad del hallazgo era correcta”, añade Yanovsky, cuyo hallazgo de 2013 fue protegido por una solicitud de patente conjunta del CONICET y la FIL. Hay otro elemento alentador: además del tomate, los genes LNK están presentes en la papa y otros cultivos de importancia alimentaria.
Del mismo modo que existe el jet lag en humanos después de vuelos que atraviesan varias zonas horarias, el funcionamiento de las plantas también se ve afectado cuando el ciclo de luz y oscuridad del ambiente se desfasa en relación a sus ritmos biológicos. Así lo demostró en 2013 un estudio que lideró un científico argentino, el doctor Marcelo Yanovsky, investigador del CONICET en la Fundación Instituto Leloir (FIL). Ahora, un nuevo trabajo alemán fortalece la hipótesis de que los genes involucrados en esa respuesta de los vegetales a los ciclos de luz y oscuridad podrían ser manipulados de algún modo para aumentar los rendimientos de cultivos. “Nosotros descubrimos la participación de un grupo nuevo de genes que denominamos LNK, los cuales poseen un rol clave en la puesta en hora o reseteado del reloj biológico por la luz. Y propusimos que este conocimiento podría ser útil para adaptar el cultivo de distintas especies a diferentes latitudes y mejorar así su rendimiento”, señala el director del Laboratorio de Genómica Vegetal de la FIL.
Ahora, un trabajo liderado por científicos alemanes del Instituto Max Planck dio un aval a esa sugerencia. Tomando como referencia el hallazgo del grupo de Yanovsky, comprobaron que mutaciones en dos genes específicos (LNK2 y EID1) del reloj biológico de las plantas de tomate de América Central, acostumbradas a crecer en días más cortos durante todo el año, favorecieron su adaptación a las latitudes altas de Europa, donde los veranos se caracterizan por extensas jornadas bajo el sol.
Los datos parecen anticipar que, “a partir de variaciones en los genes del reloj de las plantas que modulen su ajuste frente a los cambios de luz y fotoperíodos que suceden a lo largo del día y de las estaciones en cada región, podría incrementarse el rendimiento de los cultivos”, dice Yanovsky.
El estudio sobre la domesticación europea del tomate sugiere que “la previsión sobre la aplicabilidad del hallazgo era correcta”, añade Yanovsky, cuyo hallazgo de 2013 fue protegido por una solicitud de patente conjunta del CONICET y la FIL. Hay otro elemento alentador: además del tomate, los genes LNK están presentes en la papa y otros cultivos de importancia alimentaria.