El código de barras genético de la selva misionera
Científicos del CONICET participaron en un proyecto que aporta datos de alto valor para determinar la calidad ambiental de la zona.
Científicos del CONICET participaron en un proyecto que aporta datos de alto valor para determinar la calidad ambiental de la zona.
Lapachos, guatambúes, laureles y peteribíes son tan sólo algunas de las doscientas especies arbóreas de la selva misionera que, junto a ríos y arroyos, albergan la fauna terrestre y acuática más rica del país, lo que la convierte en el área natural con la mayor biodiversidad del territorio argentino.
Desde el año 2010 investigadores, museos, institutos, universidades y laboratorios de veinticinco países del mundo – entre los que se encuentra la Argentina – participan de un Proyecto Internacional de Código de Barras de la Vida (iBOL, del inglés International Barcode of Life Project), que tiene como objetivo la obtención de las “huellas genéticas” de las especies. Se trata de registrar el código de barras de ADN de toda la fauna y flora del planeta para constituir una base de datos global que pueda ser consultada por la comunidad científica de todo el mundo. Esta herramienta permite identificar especies más rápido y aplicar esos datos en tareas forenses, sanitarias, de conservación, entre otras. Además, la técnica ayuda a descubrir una enorme diversidad críptica. El CONICET desde hace cinco años forma parte del proyecto.
En este marco, el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (MACN, CONICET) y la Fundación Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad trabajan en la obtención de los códigos de barra genéticos de la fauna de la selva misionera. La Fundación aportó la recolección de los especímenes, el rotulado, etiquetado y envío hacia el Museo en donde son montados y fotografiados, se les extrae y amplifica el ADN (en vertebrados se trabaja con un segmento del gen mitocondrial conocido como COI). Los tejidos se preservan en la Colección Nacional de Tejidos Ultracongelados y el material amplificado luego se envía a secuenciar.
“De los ambientes que tiene la Argentina, los más biodiversos son las selvas que tenemos en el NEA y el NOA, la selva misionera y las yungas, respectivamente. Para este proyecto de generar la biblioteca de secuencias de barcode que permiten identificar la especie, concentramos los esfuerzos en donde está la mayor cantidad de especies”, explica Pablo Tubaro, investigador principal del CONICET y director del MACN.
Nahuel Schenone, biólogo, integrante de la Fundación Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad y Director del Centro de Investigaciones Antonia Ramos (CIAR) en donde se toman las muestras, destaca la importancia de investigar la selva misionera: “esta era una zona muy poco estudiada, había un vacío de información muy grande de la biodiversidad en el centro de la provincia ya que los parques nacionales eran más atractivos para investigar. Los datos que se obtuvieron en este proyecto reflejan que la diversidad es superior en muchos casos a la de los parques nacionales que suelen estudiarse, como el Iguazú”, dice.
En este sentido, Esteban Avigliano, becario posdoctoral del CONICET en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y miembro de la Fundación agrega que es un área que tiene mucho que mostrar, con este proyecto descubrieron muchas especies nuevas no sólo de insectos sino también de hongos y peces. “Encontrarlas da la pauta de que hay que mirar esta zona para conservar no sólo la biodiversidad sino también los recursos como la cobertura de bosques y el agua muy pura de los ríos y arroyos que se puede usar sustentablemente”, dice. Además, estas especies nuevas pueden utilizarse para la investigación en salud humana, como el caso de algunos hongos que pueden aplicarse en el tratamiento de enfermedades.
En los últimos años en el CIAR se recolectaron diferentes tipos de especies como aves, lepidópteros -mariposas diurnas y nocturnas-, arañas, escorpiones, peces, moluscos, entre otras. Desde hace tres años trabajan arduamente en un proyecto que se propone estudiar los insectos voladores. Los investigadores explican que para ello se utilizó un método de recolección con trampas Malaise que arrojó una gran cantidad de datos que actualmente están siendo volcados a la base de datos del proyecto iBOL.
“La técnica de muestreo que se usa es una metodología estandarizada a nivel mundial. Las muestras se toman con trampas Malaise que capturan insectos voladores a través de una tela que los intercepta. Las muestras semanales se tomaron durante un año completo, con lo cual tuvimos un patrón de análisis temporal que incluye todas las estaciones”, explica Schenone.
Avigliano brinda apoyo en la logística y el armado de las campañas para trasladar los materiales y acompañar a los investigadores desde Buenos Aires hasta Misiones. Allí orienta a los científicos sobre las investigaciones que realizan y los requerimientos legales junto al Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables de la Provincia de Misiones: si buscan determinados animales los asesora sobre dónde pueden encontrarlos; sobre los permisos necesarios para la obtención de muestras; sobre los tipos de ellas, de alimentos o de agua; y dónde poner las trampas teniendo en cuenta variables ambientales, como por ejemplo la fluctuación de temperatura y lluvias.
“Las trampas Malaise se inventaron hace 150 años y son muy utilizadas por los entomólogos. El problema que tienen una vez que toman las muestras es cómo hacen para analizarlas, porque es tan grande el número de insectos que se pueden capturar que no hay forma práctica de estudiar ese material con los métodos tradicionales. Ahora estamos en condiciones de hacer estos estudios a lo largo de todo el año y a nivel mundial porque todo lo que cae en la trampa se secuencia a escala industrial. Tenemos por primera vez la capacidad de procesar grandes volúmenes de especimenes”, agrega Tubaro.
En el caso de las trampas colocadas en el CIAR hasta el momento se registró el código de barras del ADN de treinta y seis mil especímenes que pertenecen a más de cinco mil entidades genéticamente diferenciadas, también llamadas BINs (del inglés Barcode Index Number) que es una medida subrogante del número de especies. Esa biodiversidad es muy alta y de hecho a nivel mundial es la estación de muestreo que más diversidad ha capturado, superando regiones como Malasia o Costa Rica.
Los científicos destacan que con estos datos van a poder comparar la biodiversidad presente de noreste a noroeste del país y completar la biblioteca de secuencias de las especies de la fauna argentina, información que permite hacer estudios más específicos.
“Para nosotros, como ONG vinculada al cuidado de los ambientes naturales, nos parece importantísima la articulación con organismos de ciencia y técnica. Ellos nos dan herramientas concretas para poder desarrollar estrategias de manejo del ambiente que sean funcionales y reflejen realmente lo que sucede en la zona. El campo de aplicación que abre este tipo de tecnologías y el avance de la interacción interinstitucional es sustancial para el desarrollo argentino sustentable”, concluye Schenone.
Lapachos, guatambúes, laureles y peteribíes son tan sólo algunas de las doscientas especies arbóreas de la selva misionera que, junto a ríos y arroyos, albergan la fauna terrestre y acuática más rica del país, lo que la convierte en el área natural con la mayor biodiversidad del territorio argentino.
Desde el año 2010 investigadores, museos, institutos, universidades y laboratorios de veinticinco países del mundo – entre los que se encuentra la Argentina – participan de un Proyecto Internacional de Código de Barras de la Vida (iBOL, del inglés International Barcode of Life Project), que tiene como objetivo la obtención de las “huellas genéticas” de las especies. Se trata de registrar el código de barras de ADN de toda la fauna y flora del planeta para constituir una base de datos global que pueda ser consultada por la comunidad científica de todo el mundo. Esta herramienta permite identificar especies más rápido y aplicar esos datos en tareas forenses, sanitarias, de conservación, entre otras. Además, la técnica ayuda a descubrir una enorme diversidad críptica. El CONICET desde hace cinco años forma parte del proyecto.
En este marco, el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (MACN, CONICET) y la Fundación Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad trabajan en la obtención de los códigos de barra genéticos de la fauna de la selva misionera. La Fundación aportó la recolección de los especímenes, el rotulado, etiquetado y envío hacia el Museo en donde son montados y fotografiados, se les extrae y amplifica el ADN (en vertebrados se trabaja con un segmento del gen mitocondrial conocido como COI). Los tejidos se preservan en la Colección Nacional de Tejidos Ultracongelados y el material amplificado luego se envía a secuenciar.
“De los ambientes que tiene la Argentina, los más biodiversos son las selvas que tenemos en el NEA y el NOA, la selva misionera y las yungas, respectivamente. Para este proyecto de generar la biblioteca de secuencias de barcode que permiten identificar la especie, concentramos los esfuerzos en donde está la mayor cantidad de especies”, explica Pablo Tubaro, investigador principal del CONICET y director del MACN.
Nahuel Schenone, biólogo, integrante de la Fundación Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad y Director del Centro de Investigaciones Antonia Ramos (CIAR) en donde se toman las muestras, destaca la importancia de investigar la selva misionera: “esta era una zona muy poco estudiada, había un vacío de información muy grande de la biodiversidad en el centro de la provincia ya que los parques nacionales eran más atractivos para investigar. Los datos que se obtuvieron en este proyecto reflejan que la diversidad es superior en muchos casos a la de los parques nacionales que suelen estudiarse, como el Iguazú”, dice.
En este sentido, Esteban Avigliano, becario posdoctoral del CONICET en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y miembro de la Fundación agrega que es un área que tiene mucho que mostrar, con este proyecto descubrieron muchas especies nuevas no sólo de insectos sino también de hongos y peces. “Encontrarlas da la pauta de que hay que mirar esta zona para conservar no sólo la biodiversidad sino también los recursos como la cobertura de bosques y el agua muy pura de los ríos y arroyos que se puede usar sustentablemente”, dice. Además, estas especies nuevas pueden utilizarse para la investigación en salud humana, como el caso de algunos hongos que pueden aplicarse en el tratamiento de enfermedades.
En los últimos años en el CIAR se recolectaron diferentes tipos de especies como aves, lepidópteros -mariposas diurnas y nocturnas-, arañas, escorpiones, peces, moluscos, entre otras. Desde hace tres años trabajan arduamente en un proyecto que se propone estudiar los insectos voladores. Los investigadores explican que para ello se utilizó un método de recolección con trampas Malaise que arrojó una gran cantidad de datos que actualmente están siendo volcados a la base de datos del proyecto iBOL.
“La técnica de muestreo que se usa es una metodología estandarizada a nivel mundial. Las muestras se toman con trampas Malaise que capturan insectos voladores a través de una tela que los intercepta. Las muestras semanales se tomaron durante un año completo, con lo cual tuvimos un patrón de análisis temporal que incluye todas las estaciones”, explica Schenone.
Avigliano brinda apoyo en la logística y el armado de las campañas para trasladar los materiales y acompañar a los investigadores desde Buenos Aires hasta Misiones. Allí orienta a los científicos sobre las investigaciones que realizan y los requerimientos legales junto al Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables de la Provincia de Misiones: si buscan determinados animales los asesora sobre dónde pueden encontrarlos; sobre los permisos necesarios para la obtención de muestras; sobre los tipos de ellas, de alimentos o de agua; y dónde poner las trampas teniendo en cuenta variables ambientales, como por ejemplo la fluctuación de temperatura y lluvias.
“Las trampas Malaise se inventaron hace 150 años y son muy utilizadas por los entomólogos. El problema que tienen una vez que toman las muestras es cómo hacen para analizarlas, porque es tan grande el número de insectos que se pueden capturar que no hay forma práctica de estudiar ese material con los métodos tradicionales. Ahora estamos en condiciones de hacer estos estudios a lo largo de todo el año y a nivel mundial porque todo lo que cae en la trampa se secuencia a escala industrial. Tenemos por primera vez la capacidad de procesar grandes volúmenes de especimenes”, agrega Tubaro.
En el caso de las trampas colocadas en el CIAR hasta el momento se registró el código de barras del ADN de treinta y seis mil especímenes que pertenecen a más de cinco mil entidades genéticamente diferenciadas, también llamadas BINs (del inglés Barcode Index Number) que es una medida subrogante del número de especies. Esa biodiversidad es muy alta y de hecho a nivel mundial es la estación de muestreo que más diversidad ha capturado, superando regiones como Malasia o Costa Rica.
Los científicos destacan que con estos datos van a poder comparar la biodiversidad presente de noreste a noroeste del país y completar la biblioteca de secuencias de las especies de la fauna argentina, información que permite hacer estudios más específicos.
“Para nosotros, como ONG vinculada al cuidado de los ambientes naturales, nos parece importantísima la articulación con organismos de ciencia y técnica. Ellos nos dan herramientas concretas para poder desarrollar estrategias de manejo del ambiente que sean funcionales y reflejen realmente lo que sucede en la zona. El campo de aplicación que abre este tipo de tecnologías y el avance de la interacción interinstitucional es sustancial para el desarrollo argentino sustentable”, concluye Schenone.