Bancos de germoplasma: una reserva de alimentos para el futuro
La red de bancos de germoplasma del INTA, distribuidos desde Jujuy hasta Tierra del Fuego e incluso en la Antártida, posee más de 30.000 entradas que conservan material genético de diferentes especies vegetales y permite rescatar cultivos originarios.
La red de bancos de germoplasma del INTA, distribuidos desde Jujuy hasta Tierra del Fuego e incluso en la Antártida, posee más de 30.000 entradas que conservan material genético de diferentes especies vegetales y permite rescatar cultivos originarios.
Cuando se conoció la Bóveda Global de Semillas de Svalbard –Noruega–, el mundo la llamó “el Arca de Noé de las especies vegetales”. La Argentina, que forma parte de ese trabajo internacional, posee además una red de “arcas” en su territorio nacional e incluso la Antártida –Bases Belgrano II y Jubany, con el apoyo del Instituto Antártico Argentino–. Allí se conserva aproximadamente el 93 por ciento de los recursos genéticos del país, según el último informe del plan de acción mundial de la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Se trata de la Red de Bancos de Germoplasma (RBG) del INTA, que cuenta con más de 32.000 entradas, nueve bancos activos de recursos fitogenéticos, 12 colecciones distribuidas en diversas áreas ecológicas y un Banco Base que guarda un duplicado de todo.
“Proteger la agrobiodiversidad mediante la conservación de sus componentes constituye un desafío por el beneficio que confiere a la humanidad”, dijo Beatriz Rosso, referente del Banco del INTA Pergamino –Buenos Aires– y coordinadora del proyecto Conservación ex situ y valoración de las colecciones de germoplasma de la Red de Recursos Genéticos, en el marco del Área Estratégica Recursos genéticos, mejoramiento y biotecnología del INTA.
Los recursos genéticos se conservan porque el riesgo de perderlos es permanente, en especial por la acción del hombre. Con distintos métodos, explicó Rosso, las muestras se guarda de manera indefinida para que estén a disposición de las generaciones futuras: “En esta red se conserva la base genética de los cultivos fundamentales en la mesa de los argentinos y en la producción agropecuaria”.
La red conserva ex situ especies cultivadas y sus congéneres silvestres, las caracteriza y evalúa morfológica, genética, agronómica, bioquímica y molecularmente, las documenta a fin de que se encuentren disponibles tanto para la investigación y el mejoramiento, como para reintroducirlas en sitios donde han desaparecido.
“Los recursos fitogenéticos son una fuente invaluable de apoyo a las acciones relacionadas con el desarrollo sostenible de las actividades agropecuarias, forestales e industriales”, indicó la especialista.
Las semillas de las colecciones activas se conservan en cámaras frías con temperaturas entre 0º C y 12º C, mientras que los niveles de humedad en la semilla se encuentran entre el 5 y 8 por ciento. Se utilizan preferentemente bolsas trilaminadas de aluminio, termoselladas herméticamente, junto a otros envases –frascos, botellas y cajas de vidrio–. A su vez, las colecciones base se conservan del mismo modo pero con un contenido de humedad entre 4 y 6 por ciento, con temperatura de -20º C. En el caso de frutales, cultivos industriales y algunas especies forestales y forrajeras, la conservación se realiza en el campo.
Para secar las semillas y conservarlas en el mediano y largo plazo, la metodología más segura es colocarlas en un ambiente seco y permitir que la humedad se equilibre a temperaturas relativamente bajas. Se efectúa la desecación entre 15º C y 20º C con una humedad relativa del aire de secado entre el 15 y 20 por ciento. La velocidad con que la semilla alcanzará el equilibrio dependerá de la especie, la humedad inicial, el tamaño de la semilla y las condiciones del ambiente. Para estos fines se utilizan cámaras de secado dehumidificadas mediante el uso de un desecante y, para semillas pequeñas, se utilizan desecadores con sílica gel.
Para Rosso, “cada banco es responsable por colecciones características de una zona agroecológica”. Y ejemplificó: “En Alto Valle –Río Negro– se trabaja con frutales de pepita; en la zona de Cuyo con especies hortícolas; en Catamarca, con frutos secos; vides en Mendoza; maíz y especies forrajeras en Pergamino; soja y trigo en Marcos Juárez; maní, sorgo y girasol en Manfredi –Córdoba–; algodón en Chaco; poroto en Salta; cítricos en Concordia –Entre Ríos–; yerba mate y té en Cerro Azul –Misiones–”.
De colección
Las actividades de introducción, recolección y conservación de germoplasma en colecciones bien identificadas, principalmente en forma de semilla o fruto, comienzan en el país a principios del siglo XX, con programas de mejoramiento de los principales cultivos a cargo de colonos europeos y los primeros fitomejoradores argentinos, que trabajaban en el Ministerio de Agricultura. Para aumentar las colecciones, se rescatan materiales genéticos autóctonos e introducidos –de interés actual y potencial– y se obtienen resultantes del intercambio con otras instituciones.
Las colecciones de la institución están constituidas, según el cultivo, por especies silvestres y emparentadas con cultivos, variedades obsoletas y tradicionales, razas locales, producto de la selección empírica en áreas de producción, variedades modernas actualmente en uso, líneas avanzadas y materiales genéticos especiales obtenidos con investigaciones.
De acuerdo con Rosso, el rescate de especies permite pensar en desafíos relacionados con la sustentabilidad territorial y ambiental, como el caso de especies arbustivas nativas de la Patagonia, que se utilizan para revegetar sitios degradados por los hidrocarburos. La conservación en los bancos de germoplasma permite, incluso, la devolución a pueblos originarios de materiales –maíz o papa, por ejemplo– que ellos habían dejado de cultivar y que ahora recuperaron.
En esa línea, el líder del Programa de Recursos Genéticos del Centro Internacional de Agricultura Tropical de Cali, Colombia, Daniel Debouck, dijo: “Los materiales conservados según los más altos estándares son estudiados por grupos multidisciplinarios –como en el INTA y las universidades argentinas– hacia una agricultura performante y ecoeficiente. Y son la base de tecnologías habilitantes: genómica comparativa y funcional, filogeografía, bioinformática y fitoquímica avanzada, para formar a los profesionales del futuro”.