Biotecnología, un campo para jugar en primera
El uso de técnicas de ADN recombinante está revolucionando las industrias farmacéutica, química y alimenticia. En Argentina surgieron pymes y start ups cuyos desarrollos son tan innovadores como su modelo de negocios. El panorama de un sector cuyo principal insumo es el conocimiento.
Hacia 2015, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) estima que la mitad de la producción global de cultivos provendrá de variedades genéticamente modificadas mediante la Biotecnología. Para 2030, los productos biotecnológicos constituirán casi el 3% del PIB de los países miembros (sin incluir los biocombustibles) y abarcarán el 35% de la producción primaria y el 80% de la fabricación de medicamentos e insumos para diagnósticos. En los países emergentes como China, India, Brasil y la Argentina, esta incidencia será aún mayor. Es que el uso de la biotecnología (esto es, la manipulación de organismos vivos o partes de ellos como las moléculas para producir bienes o servicios) se aplica en casi todos los sectores industriales: desde la alimentación hasta la fabricación de bioplásticos y productos químicos.
Esta disciplina se utiliza desde hace miles de años en la elaboración de vinos, pan, yogur y otros alimentos. Pero, en su versión moderna trabaja a nivel molecular, utilizando técnicas de ADN recombinante. De este modo, se obtienen alimentos, medicamentos y todo tipo de biomateriales mediante la manipulación de su información genética. No requiere grandes instalaciones (una vaca, una llama, una planta o un conjunto de bacterias funcionan como “biorreactor”), pero sí mucho know how y materia gris.
La Argentina tiene un gran potencial en este campo, y de hecho existen en el país desarrollos biotecnológicos de clase mundial, como la creación del primer Tambo Farmacéutico por parte de la compañía local Biosidus, por citar un caso. El proyecto comenzó con la clonación de un ejemplar bovino de raza jersey, la vaca Pampa, en 2002, de la que se obtuvieron terneros genéticamente modificados a fin de que produzcan en su leche la hormona de crecimiento humano para el tratamiento de trastornos del crecimiento. Actualmente, esta compañía de capitales nacionales está trabajando en el desarrollo de otros fármacos como la insulina para el tratamiento de la diabetes y anticuerpos monoclonales para combatir algunos tipos de cáncer.
Sector estratégico
La biotecnología fue definida como uno de los sectores estratégicos a desarrollar en el país, y de hecho la presidenta Cristina Fernández anunció en su reciente visita a China, que se incrementarán las ventas de productos y servicios biotecnológicos hacia el gigante asiático. Para promover las exportaciones argentinas en este rubro, desde el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva se apoyó este año la participación de empresas líderes y start ups en la Convención Internacional Bio. El evento global dedicado a los avances científicos y las reuniones de negocios se realizó en mayo en la ciudad de Chicago y estuvieron presentes varias firmas locales como Biosidus, Berken IP, Beta, Bioceres, Indear, Gemabiotech, Biogénesis-Bagó y Tecnoplant.
En 2007, fue promulgada la Ley de Promoción del Desarrollo y Producción de la Biotecnología, que establece beneficios impositivos para proyectos de I+D, producción de bienes y/o servicios y establece un fondo de estímulo para el financiamiento de capital. En este marco, este año se lanzó un fondo sectorial (Bio 2010), para financiar, a través de aportes no reembolsables (ANRs) hasta el 70% de los gastos en bienes de capital, adecuación de edificios, materiales e insumos, recursos humanos y becas por un monto de hasta $ 26 millones por proyecto.
Uno de los start ups que recibió este aporte es un proyecto de obtención de cicatrizantes a partir de “péptidos bioactivos” coordinado por el biotecnólogo e investigador del Conicet, Paulo Maffia. “Se trata de un producto innovador que resolverá el cada vez más grave problema de la resistencia a los antibióticos que adquieren las bacterias hoy en día”, asegura Maffia. Los cicatrizantes que están actualmente en el mercado utilizan antibióticos convencionales, “pero la utilización de péptidos -que son moléculas formadas por aminoácidos como la insulina- es un enfoque novedoso”, explica el investigador. En este proyecto trabajan un químico, dos bioquímicas, dos biólogos, dos biotecnólogos y un médico. Su objetivo es obtener una patente y comercializar la licencia a alguna compañía farmacéutica. Pero el proceso es largo y requiere tanta paciencia como la que tuvo Maffia para explicar qué es un péptido. “El camino para que un nuevo medicamento salga a la venta tiene cuatro etapas”, describe el científico. La primera, cuya duración se estima en dos años, comprende actividades de laboratorio hasta lograr la síntesis del principio activo. La segunda etapa -entre dos y cuatro años- es la de ensayos preclínicos en animales de laboratorio, para poder pasar a la etapa clínica. Ésta, a diferencia de las anteriores, requiere la autorización previa de la agencia de seguridad sanitaria del país (el ANMAT en la Argentina) y comprende cuatro fases más. “Pero nuestro desarrollo abarcará las dos primeras fases -señala Maffia-, protegiendo con patentes todo el proceso y sus reactivos, para luego licenciar esa tecnología”.
De la pipeta a la góndola
Una de las características centrales de la industria biotecnológica, es que está compuesta por pequeñas empresas y spin-offs surgidas a partir de desarrollos en universidades y centros de investigación públicos y privados. Generalmente tienen poco personal, aunque muy calificado: investigadores con doctorado y posdoctorado, que trabajan en red mediante acuerdos de cooperación y transferencia tecnológica con otros científicos del país y del exterior. La inversión inicial suele ser alta, por lo que se recurre tanto a capitales de riesgo como al Estado, en forma de ANRs. Los proyectos son a 10 años en promedio, por lo que el riesgo es grande, y cuando son exitosos, el retorno también es alto.
Bioceres, con sede en Rosario, es una de las compañías biotecnológicas argentinas que responde al nuevo paradigma de organización en red, donde “lo importante no es la propiedad de la información sino el acceso a la misma”, dice Federico Trucco, su gerente General. La firma se creó en diciembre de 2001, en plena crisis argentina, y sus socios inversores son productores agropecuarios vinculados a organizaciones técnicas como Aapresid y Aacrea.
La sociedad articula sus negocios a partir de dos empresas: Indear (Instituto de Agrobiotecnología Rosario) y Bioceres Semillas. La actividad principal de Indear se centra en tecnologías para aumentar la productividad agropecuaria y la utilización de plantas como biorreactores para la producción de enzimas industriales. Bioceres es el brazo comercial del grupo, integrado por una red de 14 semilleros que producen semillas genéticamente modificadas de soja, trigo, maíz, sorgo y girasol.
Científicos + gerentes + inversores
Inmunova es una empresa biotecnológica dedicada al desarrollo de vacunas recombinantes que funciona en la sede del Instituto Leloir, frente al porteño Parque Centenario. Desde 2006, el tradicional centro de investigación tiene una incubadora de empresas, Inis Biotech, de capital mixto: con inversión estatal a través del Conicet, y aportes de accionistas privados. “Es una oficina de transferencia tecnológica con formato de empresa”, define Fernando Goldbaum, especialista en Inmunología molecular y estructural, y director de la Fundación Instituto Leloir. “Inis es accionista en distintos emprendimientos, como Inmunova, que es un start up conformado por científicos e inversores”, dice Goldbaum.
Aunque aún faltan unos cinco o seis años para que su primer producto llegue a las góndolas, Inmunova ha invertido fuerte en una plataforma para el desarrollo de vacunas veterinarias para brucelosis, aftosa e influenza de nueva generación (recombinantes). “En este negocio hay que pensar un producto que estará en el mercado una década después”, dice Vanesa Zylberman, bióloga con doctorado y posdoctorado que está a cargo del proyecto que dirige Goldbaum y en el que trabajan dos investigadoras, Giselle y Lucía. “Somos cuatro: dos nos ocupamos del estudio bibliográfico, el proyecto científico y el plan de negocios, y dos están en la mesada, aunque todos hacemos todo si hace falta, y además trabajamos en red con otros otros institutos de aquí y del exterior”, cuenta.
Entre tanto, la empresa también presta servicios de alto valor para otras compañías. Tienen un acuerdo con Ablynx, una multinacional belga productora de anticuerpos llamados nanobodies, que extraen de llamas argentinas. “Hacemos la inmunización y obtenemos material genético de las llamas junto con técnicos del INTA. Luego ellos terminan el proceso para la elaboración de nanobodies. Por este servicio, cobramos un fee”, dice la investigadora.
Pero el apalancamiento más importante viene del sector público. El Instituto Leloir aporta la infraestructura que incluye equipamiento por más de u$s 20 millones y el conocimiento de científicos e investigadores que están en el instituto y comparten los laboratorios, la biblioteca y la cafetería. “Este esquema de empresa en un ambiente académico funciona en países como Estados Unidos, Alemania e Israel. Nosotros estamos experimentando. Venimos del ámbito científico y tenemos que manejar la empresa con criterio empresario”, apunta Goldbaum. Para esto, la incubadora del Leloir cuenta con dos gerentas tecnológicas que han hecho carrera en el exterior.
Desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología se está impulsando el posgrado de gerentes tecnológicos, dada la escasez de profesionales que puedan combinar el conocimiento científico técnico con el de negocios. El objetivo está claro, y es que surjan más empresas de base científica y tecnológica en el país.