Entrevista a Daniel Corach - Director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA

Está al frente del primer laboratorio local que identificó a un individuo por medio del análisis de su código genético hace ya 15 años. Es el director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y desmenuza ante Universia su pasión por la biología, la identidad de las personas, el origen de los argentinos y el arte de hacer rentable un proyecto científico universitario. No usa celular pero pasa sus días pegado a una computadora Machintosh de última generación. Está al frente del primer laboratorio local que identificó a un individuo por medio del análisis de su código genético hace ya 15 años. Es el director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y desmenuza ante Universia su pasión por la biología, la identidad de las personas, el origen de los argentinos y el arte de hacer rentable un proyecto científico universitario. No usa celular pero pasa sus días pegado a una computadora Machintosh de última generación. El director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA) habla pausado y tiene un escritorio super ordenado, con las revistas científicas prolijamente dispuestas y numeradas en una biblioteca pintada de blanco. Pese al vaho y el polvillo que cubre los pasillos de la facultad, atestados de estudiantes que repasan toxicología de fármacos, la oficina de este científico es casi el reflejo de la precisión con que se manejan allí cientos de estudios de ADN. Daniel Corach está al frente del primer laboratorio local que identificó a un individuo por medio del análisis de su código genético hace ya 15 años. Allí no sólo se definen a diario los vínculos biológicos de parentesco, sino que hasta se establece la posible vinculación de una persona en un delito tras el relevamiento de muestras que llegan de los 11 poderes judiciales nacionales con lo que se establecieron convenios. Desde 1991 ya se han realizado en este centro de biología molecular unas seis mil causas que corresponden al estudio de más de 20.000 muestras. De hecho, su rol ha sido clave para llevar claridad a causas como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, la tragedia de LAPA y otras de reconocida trascendencia como el caso del soldado Omar Carrasco o el suicido de Alfredo Yabrán. "Nuestro trabajo debe ser inobjetable porque aquí se determina la identidad de una persona, la paternidad de alguien o el elemento que puede llevar a un violador a la cárcel", dice Corach en tono ceremonioso para luego agregar que nunca han recibido algún cuestionamiento gracias al prestigio logrado en este tipo de diagnóstico molecular, el más difundido a nivel mundial desde que fuera inventado en 1985 por el eximio científico inglés Alec Jeffreys, de la Universidad de Leicester. "A diferencia de otros estudios, cuenta este investigador de 52 años- la técnica de huella genética tiene un impacto sobre la condición de salud biomédica extremadamente bajo. Lo único que hacemos es identificar un individuo y vincularlo con sus parientes o con una evidencia criminal. Por lo tanto, si bien es una técnica molecular, estamos aportando una información que sirve más a nivel social que clínico". Quizás este rol que cumple ha sido la causa que hoy mantiene a este centro de excelencia apartado de los vaivenes presupuestarios y de la desidia del financiamiento público. "Nosotros generamos nuestros propios recursos. Cada estudio que se hace se cobra: son unos mil pesos por cada caso de paternidad. Si uno tiene en cuenta que se realizan alrededor de 200 por año, no es poco. En general el facturado está próximo a los 800 mil pesos anuales, una cifra que nos alcanza para tener un laboratorio equipado con todo lo que necesito", dice orgulloso Carlos entre robots y los dos secuenciadores, instrumentales básicos para llevar adelante la tarea de identificación. Según cuenta el investigador, un laboratorio de análisis de ADN necesita una inversión en equipamiento del orden de los 250 mil dólares, es decir la producción anual del centro de la UBA. "Un secuenciador, como el que compramos el año pasado, cuesta 100 mil dólares", aclara Corach, esperanzado en que el número de casos a analizar empiece a ser cada vez menor. 'Yo espero que este servicio empiece a decrecer, porque mi meta es formar grupos que evolucionen fuera de este lugar, que se vayan generando laboratorios con personas nutridas en este ámbito', asegura. Hoy ya son unos 30 los centros que realizan este trabajo en el país. Esta comodidad financiera a la que hace referencia el científico y que lo diferencia de otros colegas sin fondos para investigar le sirve para implicarse en más proyectos gracias a los subsidios que reciben del Conicet y de la propia UBA, "montos mínimos en comparación con la producción del centro", reconoce Corach, un hombre que dedica la primera parte del día a contestar mails y contactarse con colegas y científicos de otros países. "Después empiezo a revisar los casos con el equipo que está integrado por cuatro personas, escribo informes, defino prioridades de trabajo y suelo aclarar situaciones a jueces. Yo trato en general a la tarde de dedicarme a la investigación, además de mi tarea docente, que le dedico buena parte de mis fines de semana", sintetiza sobre un típico día en el laboratorio, ubicado en el séptimo piso del edificio de Junín y Marcelo T de Alvear.