La biotecnología argentina apunta al exterior

La mayoría de las empresas buscan inversiones o ya están invirtiendo para aumentar su producción y crear productos de alto valor agregado para exportar.

La mayoría de las empresas buscan inversiones o ya están invirtiendo para aumentar su producción y crear productos de alto valor agregado para exportar.

El 18 del actual se produjo un hito para las empresas argentinas de biotecnología: la rosarina Bioceres -que busca obtener financiamiento por hasta US$100 millones- se convirtió en la primera en presentar el prospecto para comenzar a cotizar en la Bolsa de Nueva York. "Estamos hablando de un desarrollo argentino de semillas modificadas. Esto habla de que hay un futuro posible", destacó la directora de la Cámara Argentina de Biotecnología (CAB), Graciela Ciccia. Más allá de esto, Bioceres no es la única con planes de expansión, sino que todas las compañías en los distintos segmentos -salud humana, salud animal, reproducción animal, inoculantes e insumos industriales- están buscando inversiones o invirtiendo en el país o en el exterior para aumentar su producción y crear productos de alto valor agregado para exportar.

Según el Acuerdo Sectorial de Biotecnología, que firmaron empresas que integran la CAB con el gobierno nacional en agosto del año pasado, estiman invertir en la Argentina aproximadamente US$ 572 millones para 2019 y generar 443 empleos de calidad. Con la flamante reglamentación de la ley de biotecnología que permite beneficios impositivos y la amortización acelerada de los bienes de capital, desde el sector destacan que hay indicios favorables en I+D y una movida muy importante de emprendedores gracias a la puesta en marcha del Fondo Fiduciario para el Desarrollo del Capital Emprendedor (Fondce) que permitiría aprovechar los recursos humanos del país y la tradición de empresas del agro, alimentos y salud.


Trayectoria biotecnológica

A diferencia de lo que ocurre con otras actividades, en materia de biotecnología la Argentina opera desde hace varias décadas con un escaso rezago científico-productivo respecto de las mejores prácticas internacionales. A mediados de los años ochenta comenzaron a aparecer en el mercado los primeros productos biotecnológicos de realización nacional aplicados a la salud humana y a la genética vegetal. La producción de enzimas microbianas, las semillas transgénicas de soja y maíz, la micropropagación de cultivos, los reactivos de diagnóstico y el interferón fueron los primeros productos lanzados al mercado por empresas locales casi simultáneamente con lo ocurrido en los Estados Unidos y Europa.

Con tales antecedentes, tres décadas más tarde, en 2014, el país contaba con una base empresaria de cierta magnitud, integrada por más de 200 compañías productoras locales de insumos biotecnológicos. Ese número de firmas ubica a la Argentina entre los 20 primeros países del mundo en cantidad de empresas. Si bien ese guarismo está alejado de los cinco líderes mundiales, la cantidad de empresas locales es similar a la existente en varios países desarrollados cuyo producto por habitante supera largamente el argentino.

Para la directora de la CAB, Graciela Ciccia, el país tiene dos oportunidades: posee recursos humanos en ciencias biológicas y cuenta con una infraestructura que cumple estándares internacionales, con plantas aprobadas por autoridades regulatorias. "Hay recursos humanos calificados y tenemos empresas del agro, alimentos y salud con trayectorias tradicionales y actuales en biotecnología de hace 20 años. Hay empresas que están invirtiendo en la Argentina para aumentar su producción y crear productos de alto valor agregado para exportar", afirmó.

Algunas de ellas son Mabxience, que está haciendo una nueva planta industrial de producción de monoclonales por US$ 35,6 millones en Garín para aumentar su producción, ya que la primera planta de Munro está saturada y ven una oportunidad en el mundo. Otra es Biogénesis Bagó, que está expandiendo la capacidad productiva y logística para productos farmacéuticos y hormonales por US$29,5 millones, y Amega Biotech, que está ampliando la fábrica de Santa Fe por US$10,2 millones.


Multiplicando mercados

La rosarina Terragene se dedica a la elaboración y comercialización de indicadores biológicos y químicos para el control de procesos de esterilización, lavado, limpieza y termodesinfección. Tiene una línea de control de infecciones con 200 productos y exporta a 50 países. Sin embargo, Nicolás Creus, gerente de Estrategia Global, explicó que el 85% de la facturación se explica por 15 mercados, por lo que buscan diversificar los destinos. "El principal mercado es Brasil, y luego siguen Turquía, Tailandia, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto y China. Después vienen mercados no tradicionales, como Rumania, y tradicionales de América Latina, como Colombia y Ecuador. Hoy tenemos un buen desarrollo en Malasia, que estamos tratando de consolidar, y después están Italia, Australia, España y la India", detalló.

"La apuesta fuerte es en mercados emergentes como el interior del Sudeste Asiático y Medio Oriente. Nuestro sector es dinámico y las preferencias no están seteadas. Hay contras, como la falta de exigencia en el control de esterilización y barreras paraarancelarias para registrar el producto, pero abordamos los mercados con distintos distribuidores y, en algunos casos, llegamos a los consumidores finales como hospitales y consultorios odontológicos en el segmento salud, además de la industria farmacéutica, alimentaria y veterinaria", agregó.
Según Creus, con la capacidad de la nueva planta que están construyendo de 9000 metros cuadrados en el Parque Industrial Micro, a tres kilómetros de Rosario, proyectan una "tasa de crecimiento interesante". "Hay que recortar la participación de Brasil, pero es un mercado que ha crecido mucho. Hay que hacer que las tasas incipientes crezcan más que las tasas más altas. La intención con la ampliación de la fábrica es seguir creciendo. Nosotros exportamos el 90% de lo que producimos, algo poco común para una pyme nacional, pero también va a haber un crecimiento del mercado interno".

En el caso de la compañía de microbiología agrícola Rizobacter, que produce inoculantes para soja y legumbres y promotores de crecimiento para trigo, maíz y girasol, el camino exportador comenzó en los 80. "Empezamos a exportar en 1986 de forma muy tenue. Gracias a un amigo en Ecuador nos dimos cuenta de que podíamos competir con multinacionales y hoy tenemos nueve sucursales y vendemos a más de 30 países. Hoy exportamos el 30% de lo que producimos: US$30 millones, pero tenemos un proyecto a 2021-2022 por el cual la exportación va a representar el 40% de lo producido por US$85 millones", adelantó el CEO de la empresa, Ricardo Yapur.

"Estamos poniendo gente en el exterior: gerentes, empleados locales y empleados de acá que mandamos. También invertimos mucho en I+D. Europa pide cada vez más productos biológicos porque son más sanos, tienen un mejor posicionamiento y los registrás más rápido. Van a convivir con los químicos, pero van a hacer aminorar su demanda. El mercado global de biológicos alcanzó los US$4530 millones en 2014 y se espera que alcance los US$8951 millones en 2019, lo que representa una tasa de crecimiento anual del 14,6%, contra un 2% de los fitosanitarios químicos".


Exportar el know how

Francisco Colombatti es doctor en Ciencias Biológicas y desde hace seis años es el líder de proyectos del equipo de Innovación y Desarrollo Tecnológico de la empresa Molinos Agro, donde desarrolló un tratamiento para eliminar la salmonela en la harina de soja -utilizada para alimentar a animales- a través de bacterias.

"Cuando me contrató la compañía, ellos tenían un producto previo, pero más precario y difícil de industrializar, con mayores costos de producción. Con el nuevo pasamos del tubo de ensayo a la escala industrial. Luego, mejoramos el prototipo y volvimos. Al ser un producto que está en la frontera de la tecnología uno nunca deja de trabajar: pensamos en nuevos usos, mejoras en la competitividad o en cambiar un reactivo por otro. A la fecha hemos tratado más de 15 millones de toneladas de harina, sin ningún reclamo. La empresa Fugran ofrece nuestra tecnología", señaló.

Molinos Agro se dedica a la producción de harina de soja, que se comercializa con este tratamiento. La calidad del producto mejora y hace a la empresa más competitiva desde el punto de vista de la salmonela, ya que no hay reclamos ni problemas en destino. "Estamos trabajando con una empresa muy grande de Europa de forma confidencial y estamos abiertos a patentar la tecnología y a licenciar facilities. No es algo que se venda a granel".

Por otro lado, la compañía, por ser pionera en el uso de enzimas para el desgomado enzimático, está fuertemente interesada en el negocio. En este sentido, Colombatti comentó que Molinos Agro, junto a Ganagrin SA, está invirtiendo US$5 millones en una startup rosarina llamada Keclon que está construyendo su primera planta de manufactura de enzimas industriales que estaría operativa este año.


En busca de más startups de biotecnología

El año pasado, la Secretaría de Emprendedores y de la Pyme de la Nación terminó de poner en funcionamiento el Fondo Fiduciario para el Desarrollo de Capital Emprendedor (Fondce), un fondo de fondos integrado, entre otros, por el Fondo Aceleración por el que se eligieron tres aceleradoras científicas: Cites, la de la Universidad del Litoral y Grid Exponential, con las que el Estado coinvertirá hasta US$300.000 por año.

Más allá de esto, Grid Exponential ya ha acelerado cinco empresas, todas con foco en biotecnología. Una de ellas es Beeflow, que desarrolla servicios de polinización de cultivos: usa las abejas para mejorar el rendimiento de ciertos cultivos. Hoy están operando en Estados Unidos y tienen una próxima ronda de financiamiento en marzo.

Después hay otras dos empresas operativas, no en el exterior, pero sí con proyección internacional, que son Stamm, que produce levadura líquida para cerveza artesanal y quiere instalar microfábricas en América Latina, y Bitgenia, que provee herramientas de software para convertir datos genómicos en información valiosa. Esta firma tendría alcance al menos regional, ya que no hay una empresa líder en esta materia en América Latina.

Por último, hay dos empresas con las que están terminando los trámites que tienen destino inmediato de exportación o de instalación afuera. Alytix, que desarrolla una plataforma bacteriológica para combatir la resistencia a ciertos antibióticos, y Aplife, que está detrás de una tecnología para probar nuevas moléculas con aptámeros para crear nuevos fármacos y métodos de diagnóstico. La idea es que rápidamente esté el prototipo para buscar más inversiones en Estados Unidos.

Sobre este punto, Matías Peire, CEO de Grid Exponential, destacó que ellos solo invierten en empresas que tengan una mirada global desde su diseño. "Acompañamos a las compañías desde cero, pero la Argentina y América Latina son mercados muy chicos para la perspectiva que tenemos. Además, desde Silicon Valley, Oxford e Israel nos piden más proyectos y tenemos relaciones con ellos como para que nuestras empresas vayan a nutrirse allá", aseguró.


Entusiasmo por la edición génica

Desde el Ministerio de Agroindustria de la Nación, el jefe de Gabinete, Santiago del Solar, dijo que las perspectivas que se vislumbran para las empresas biotecnológicas son positivas y que hay un particular entusiasmo por las nuevas tecnologías de edición génica."Se trata de un sector con una importancia estratégica en el valor agregado de productos agroalimentarios con capacidad de incidir en el paradigma productivo de la bioeconomía que se está impulsando desde el ministerio y diferentes organismos del Estado", afirmó.

En el mundo, muchas empresas están compitiendo para liberar cultivos genéticamente editados por medio de una técnica denominada Crispr-Cas9. Un ejemplo es el de los champiñones resistentes al amarronamiento. Los champiñones son muy sensibles a golpes y magulladuras que, incluso con embalajes especiales, activan enzimas llamadas fenoloxidasas, que aceleran su descomposición.

Un investigador de la Universidad de Pensilvania editó los genes de fenoloxidasas de Agaricus bisporus, que es el hongo comestible más popular, logrando su inactivación. En lapsos inéditos para lo que son los tiempos para la desregulación de un organismo genéticamente modificado, estos hongos comestibles fueron autorizados para su liberación comercial en los Estados Unidos.

El caso de los champiñones no es siquiera novedoso en este sentido. Poco tiempo antes, la empresa norteamericana Cibus logró desregular también en poco tiempo una colza editada genéticamente para resistir a herbicidas como la sulfonilurea. En este caso, la edición se realizó por una tecnología anterior a Crispr/Cas9, llamada RTDS y patentada por esa empresa.
En la Argentina, si bien se está aún lejos de que se desarrolle un producto comercial con la nueva Crispr/Cas9, una investigación científica conjunta entre la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires y el INTA Castelar permitió obtener embriones bovinos genéticamente editados para bloquear el gen responsable de la enfermedad conocida como "vaca loca".

"En este sentido, la biotecnología constituye un instrumento central para incrementar la productividad de los cultivos, el valor nutricional de los alimentos, reduciendo el gasto del agricultor en agroquímicos y la utilización de maquinaria y contribuyendo al cuidado del ambiente, potenciando el desarrollo regional y territorial, el agregado de valor, el desarrollo de mercados nacionales y la inserción en mercados internacionales", agregó Del Solar.